Alien fanfiction
En un corto tiempo muerto he escrito un relato corto. A partir de una frase de la película Saw, he descrito las sensaciones de un personaje que bien podía ser parte del universo de Alien; para ser más concretos, ese Alien que en España fue conocido como el Octavo Pasajero. No le he puesto título.
Es una enfermedad que me corroe por dentro. Concretamente, con una suerte de ácido sulfúrico de recién nacido. Aunque, si queremos ser más exactos, estamos hablando de un nonato. El prototipo de ácido sulfúrico de un nonato, no lo bastante corrosivo como para que mi cintura y mis piernas se conviertan en una sopa primitiva de carne y hueso, pero sí lo bastante como para producirme los ardores de un tónico fuerte. Qué absurdo es esto de ser un hombre, de ser de género macho vaya, y estar embarazado. Embarazoso, sería la descripción. Y además con la seguridad de no poder sobrevivir al parto. No hace unas horas que me quitaron el facehugger de la cara. Y ahí están, esos científicos, dominados por la soberbia, ahí, al otro lado del cristal, desde donde puedan verme, y desde donde puedo verlos yo a ellos tomar notas en sus pequeños cuadernillos de anillas. Me están observando. Tal vez yo les sirva para que averigüen cómo crear una cura. O para avegriguar la forma más fácil de extirpar el bicho sin matar al huésped. Pero eso no quita que yo sea una cobaya. Podrían tratar de abrirme en canal, quitarme el maldito demonio, y tratar de volverme a cerrar -en canal-; así tendría alguna posibilidad -lo remota que sea sería irrelevante- de ver de nuevo a mi esposa e hijos. Pero no, ahí se quedarán, observándome, tomando notas con la que con toda probabilidad será una letra pésima. No harán nada cuando vean que llegan mis primeras arcadas y... oh, sí, aquí llegan. Noto cómo la bilis pugna por huír de mi estómago, huír de su horrendo y xenomorfo acompañante. El líquido amarillo que salpica el suelo desde mi boca no tiene ojos con los que ver atrocidades, pero seguro que se siente mucho mejor al estar más lejos del bicho con el que compartía habitación. Pienso que soy afortunado, pues conozco mi sino. Muchos no sabían lo que significa esta sensación, y su horor era total cuando podían ver una cabecita saliendo de su perforado tórax. Pero yo soy afortunado, he dicho, pues para mí no será una sorpresa, sé perfectamente lo que va a pasar. Me pregunto... Curioso, no me lo había preguntado hasta ahora, ¿cómo narices atraviesa esta criatura la caja torácica de un ser humano? Al fin y al cabo es un monstruo pequeñito. Un monstruo, sí, pero un monstruo pequeñito e indefenso, al menos de momento, al menos en estas etapas de su vida; aún no tiene ni media bofetada. El truco es fácil de descubrir. Ahora que lo pienso, estaba meditando sobre ello antes. Los polluelos rompen la cáscara del huevo cuando su pico está lo bastante desarrollado; las crías de extraterrestre feo se abren paso a través de las costillas cuando su sangre es lo suficientemente corrosiva. Y vaya si lo es, manda huevos, los gritos que prolifero deben estar oyéndose hasta en mi planeta natal. Me obligo a destensar mi cuerpo y bajar la cabeza; no puedo irme sin haber echado un vistazo al hijo de puta que me ha matado. Mi hijo. ("Tu quoque, fili mi?"). Qué pena, le pasa lo mismo que a mi bilis, no tiene ojos. Me gustaría poder decirle lo bonitos que habrían sido sus ojos de bebé si los hubiera tenido, pero no consigo que nada salga de mi garganta (salvo más bilis). Deseo que mi hijito se haga mayor, que vaya a la prestigiosa universidad de matar gente, mude su piel pasando así a la madurez, y presente sus respetos a los cabrones enfundados en sus batas blancas a los que ahora estoy dedicando mi última mirada asesina. Deseo con todas mis fuerzas que sea mentira lo de que lo tienen todo controlado. ¿Quién sabe? Los accidentes ocurren, hasta en las circunstancias más insospechadas. "Adelante, fili mi".
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