04 diciembre 2008

Relato encadenado MFS

Marmotfish Studio ha organizado la creación de un relato encadenado, es decir, cada participante continúa la historia donde la dejó el autor anterior. Se pueden mirar las bases y apuntarse aquí.

A continuación está todo lo que hay del relato hasta ahora, para que lo podáis leer de forma seguida.

Los autores de los siguientes fragmentos han sido Salva, León Pérez, Chang, Charlie R Vesco, Transon, Gilen y yo mismo.


“Nos sentamos en el restaurante, yo pedí vino, ella martini.”

– Y, dígame ¿cuál es su nombre? – Dijo, con el particular tono de quien es del sur, de Granada o Sevilla.

– José García Castellón

– Mentí, mi nombre es Ezequiel González Bermejo, nacido en León en 1979 y fallecido en Valencia en 1999 según el registro civil.

– ¿Y a qué se dedica señor García? – Continuó con su interrogatorio, mirando por encima de la carta con sus ojos negros detrás de la estrecha montura roja de sus gafas.

– Practico abogacía – Volví a mentir. A los diez años ni siquiera sabía leer o escribir. Prácticamente le debo toda mi educación a la Agencia, mi educación y mi lealtad.

– ¿Disfruta de su trabajo? – Inquirió mientras tomaba un corto sorbo de su copa.

– Siempre – ¿Saben? Es un alivio responder con franqueza de vez en cuando.

“El camarero vino a tomar nota, interrumpiendo nuestra animada conversación”.

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¿Qué desean los señores?

Mientras ella pedía su comida, algún plato tan caro como escaso, no podía dejar de observar al camarero. No sería de…

– ¿Y usted, caballero? – No me dejó ni abrir la boca cuando empezó con su monologo con ese horrible acento francés.– Si no es indiscreción, debería probar el plato especial de la casa.

No tuve oportunidad ni de preguntar sobre su “recomendación”, pero me esperaba lo peor.

Gésiers de C.E.R.D.O. à la mission urgente

– Lo cierto es que no me apetece mucho C.E.R.D.O. esta noche. – Me gustaba mi trabajo, pero era mi noche libre, aunque, cuando trabajas para la Agencia, lo primero es lo primero.

– Pues es una lástima, porque ya está todo preparado para el señor. –

La cena estaba servida. Mollejas de C.E.R.D.O. (Comisión Especial Radical de Delitos Organizados) a la misión urgente. Sólo me quedaba una opción.

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-Bueno, en ese caso aceptaré la recomendación, sería faltar el respeto al chef...¿Qué nos recomienda para beber?

-Tenemos una deliciosa Piña Sedada para acompañar el plato de la dama y para usted le recomiendo un champagne à la matine dernière.

Así despacharían a la chica y me mandarían a otro infierno al día siguiente. Esperaba que esta fuera más entretenida que aquella en la que apenas salí con vida gracias a mi PLUMA (Proyectil Luminoso Unidireccional Montado en el Arma, una bengala) y a mis conocimientos de escalada.

Tras la cena procedí a acompañarla a su habitación, ya que la bebida había hecho efecto en ambos y debía darme prisa.

Tanta que se durmió antes de que pudiese preguntarle su nombre.

Y así me vi, con la ropa en la mano y el frío subiéndome por la piernas en medio del pasillo mientras se acercaba mi Contacto con una media sonrisa y un traje de seda roja que no dejaba dudas sobre sus intenciones.

-Esta vez os habéis pasado... Podíais haber esperado a la mañana para llamarme...

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Sin respuesta. Solo me tendía la mano con intención de saludarme. Yo reaccioné estrechando su mano, al tiempo que penaba que cualquier mujer que hiciera este gesto de forma habitual solo podía ser lesbiana, lo que estropeaba cualquier intento por mi parte para SEDUCIRLA (Sedarla Estando Desnudos, Untarle Caramelo, Inclinarla y… el resto es apto para menores)

-Agente, ¿qué es lo que piensa? Está sonriendo tontamente.

La mujer me sacó de mi mundo. Parecía dispuesta a no permitirme ni una. Pero ya me daba igual, era la tónica habitual. Casi se podría decir que era mi Nordic Myst de siempre, pero con menos burbujas y más amarga. Una decepción, por supuesto.

Caminé tras esta insinuante, pero inmune a mi seducción, fémina por un largo pasillo de moqueta roja hasta que algo llamó mi atención. Era como si ya hubiéramos estado antes ahí, pero no sabría decir exactamente el porqué.

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Me daba igual. Me limité a seguir sus pasos, atravesando aquel delirante hotel decorado al estilo imperio. Los candelabros, enfermízamente sobrecargados, parecían presagios de una caída inminente.

¡DING!

Las puertas del ascensor se abrieron ante mí. Ella entró primero y yo la seguí. Aquella abigarrada máquina de cuerdas y poleas descendía

-El caso Orquídea se nos ha ido de las manos –dijo, finalmente, cuando llegamos al hall de aquel extraño hotel– La conexión que esperábamos encontrar ha resultado ser letal. Es muy probable que...

Apenas noté el primer impacto. Durante un instante, se hizo el silencio. Recuerdo que me vino a la cabeza, no sé por qué, la imagen de una gigantesca catedral en medio de un lago. Después volví a ser golpeado, creo que fue una silla, y caí al suelo.

ZUM-ZUM! ZUM-ZUM! ZUM-ZUM!

Todo se agitaba violentamente a mi alrededor. Las tablas que cubrían las paredes comenzaron a resquebrajarse, empujadas por un golpeteo rítmico, como si el propio hotel quisiera deshacerse de una piel ajada y marchita. El papel pintado se deshacía, mostrando alguna clase de viscosidad orgánica en lo que hasta hace un instante parecía un simple pasillo. Algo mucilaginoso y pálido emergió de aquella informidad y aferró a mi Contacto, arrastrándola hacia sus chapoteantes entrañas. Porque aquella cosa tenía entrañas, y súbitamente tomé consciencia, con horror, de que estábamos en ellas.

-Qué mal me sienta la bebida... -murmuré, y eché mano a mi Colt.

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BANG!

El disparo retumbó de forma extraña, y un olor como a calamar tostado salía del humeante agujero resultante.

Cargando con el hombro, crucé aquella masa, llenándome de porquería en el camino...

Corría por los pasillos con un chapoteante sonido mientras todo lo que veía se transformaba en aquella cosa. Entonces sentí como el hotel viviente comenzó a bambolearse. Podía escuchar los ecos apagados de sonidos del exterior, hasta que una bocina se acercó tanto que apenas tuve tiempo de esquivar el autobús que atravesó las viscerosas paredes. Me acerqué cruzando varios niveles de viscosidad. Había un par de abuelos, una chica vestida de animadora, una señora con la compra... todos ellos inconscientes o muertos. Alguien tenía que parar esto.

Intuí que lo mejor sería moverse hacia arriba, desde donde podría encontrar al responsable de todo aquello, o al menos tener las mejores vistas en movimiento de la ciudad. Comencé a subir por unas escaleras cuya madera parecía adherirse a mis zapatos italianos (otros para tirar a la basura), pero al llegar al tercer piso, el camino se cortaba en un chorreante precipicio.

Me di la vuelta y disparé. Mis cálculos fueron correctos y donde debía estar la pared al exterior se abrió otro apestoso agujero. Me asomé y miré hacia arriba. Podía ver cómo nos desplazábamos por la ciudad, y por encima, la silueta del hotel cambiaba. Me aferré a un cable que ondulaba en el exterior, agrandé el agujero y comencé a trepar por el lateral del edificio.

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El torpe movimiento de la cosa hacía balancear el cable a un lado y a otro, y pintura seca, ladrillos y balcones enteros me caían encima. Tras unos metros recorridos, pude apreciar una silueta humana esperándome en la azotea, demasiado lejos para que pudiera reconocerla.

De pronto, unos proyectiles empezaron a pasar silbando junto a mi cabeza e hicieron agujeros en la pared. Alguien me estaba disparando. Desde abajo. Miré por el rabillo del ojo y me invadió una profunda sensación de tedio. A pesar de estar tan abajo, el inspector Mostacho era inconfundible. Me habría visto a través de unos prismáticos, y probablemente se creería que era yo el responsable de todo este jaleo. Pensando en cómo protegerme de esa amenaza, pequeña pero real, aprecié una falta de tensión en el cable que me sostenía. Parece ser que se había soltado de donde estuviese agarrado, o bien la simpática figura de lo alto lo había cortado.

Caía. Intenté agarrarme a cosas sólidas o pisar algo para tratar de disminuir la velocidad. Salté de una plataforma a otra como Super Mario, pero todo a mi alrededor se resquebrajaba casi al instante, y caía, me encontraba en caída libre. Y a todo esto, Mostacho no dejaba de dispararme. No quería correr el riesgo de que yo consiguiese evitar la caída, o que incluso sobreviviera a ella; quería acabar conmigo de una vez por todas. Pero no tendría esa suerte.

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