03 febrero 2008

Huída,suicidios y muerte

Capítulo primero:

Todo comenzó en la estación de tren. Estaba acompañando a mi tía, que volvía a su casa. También venía mi hermana. La verdad, no sé cómo nos las arreglamos para que el de seguridad que controlaba el acceso a los andenes nos dejara pasar a nosotros sin billete, pero sorprendentemente no llevó tiempo. Nos vería cara de buenas personas, supongo.

Consultamos un mapa para saber qué andén correspondía. Lo encontré. No sería difícil encontrarlo, estaba hacia el centro y era el único con un pequeño tejadillo. Yo me rezagué por alguna razón que no recuerdo, supongo que sería para coger algo de la mochila, o pararme a hacer una foto. Ellas siguieron por el pasillo, pero no llegué a perder de vista.

Me encontré con más gente una vez llegado al primer andén. Había bastante, pero se podía caminar bien, y todavía las veía entre las cabezas. Los andenes parecían una sucesión de líneas de metro. Oh, sí, ya vi nuestro andén. Estaba tres vías más allá, por lo que tendría que cruzarlas. La forma de hacerlo era a pie, bajando a la trinchera y volviendo a subir, cuidando de que no pasen trenes. Las vi. Ya estaban en el siguiente andén.

Comprobé que no viniera ningún tren por la izquierda y bajé sin problemas. El andén me quedaba ahora a la altura de la cintura. En la segunda vía había un coche parado, por lo que era seguro. O al menos eso pensaba, hasta que llegué allí. No sé por qué, pero era incapaz de subir, el pie se me quedaba a escasos centímetros del borde, y no era capaz de levantarme. El coche desapareció, y otro comenzó a acercarse a velocidad considerable. Menos mal que una mano desconocida me asió alzándome al seguro andén. Su dueño era un joven de pelo largo y barba castañas claras. Vestía con un jersey de colores, algo que mi abuela podría haber calificado como hippie. Su compañero tenía la cabeza redonda, el pelo negro, corto y cubierto con un casquete de lana. Se mantenía más distante, con la mirada perdida.

Cuando recuperé el aliento, apoyado en la valla a nuestras espaldas, le agradecí repetidas veces que me salvara la vida y estuvimos hablando un poco. A continuación, me confesó que estaba harto de su vida, y que era hora de solucionarlo. No sé si era el tono, la situación, la deuda o su propia convicción lo que me hizo mirar a las afiladas ruedas del tren que estaba pasando en ese momento, mirarle a él y decir:

- Comprendo... Adiós.
- No, no comprendes -se acercaba otro vehículo.

Había llegado el momento, se acercó a la vía, me agarró del brazo y me intentó acercar al borde, pero yo fui más rápido y logré aferrarme a las barras metálicas con ambos brazos. En cuanto me soltó, me alejé de donde estaba y me pegué a la multitud. Ese tipo estaba loco.

Intentó acercarse, yo salí corriendo entre la masa. Por fin, me encontré a una ex-profesora con la que me llevo bastante bien. Le imploraba ayuda, casi colgándome de su brazo. Cuando llegaron los suicidas, se cambió la situación por una discusión en un tono absolutamente pueril, en la que se cruzaban las acusaciones de intento de asesinato con las de no comprender. La profesora se vio de repente en medio de ese caos.

- Ya está bien. Aquí nadie va a intentar suicidarse, ni matar a otros y no hay nadie loco. ¿Entendido?
- Sí, pero...
- ¿Entendido?
- Sí.
- Pues hale, cada uno por un lado y aquí no ha pasado nada.

***



Capítulo segundo:

Habíamos vuelto al coche y consultábamos en una guía a dónde nos dirigiríamos al día siguiente. La verdad es que nadie de mi familia se había preocupado mucho por mi situación, pero ya comenzaba a acostumbrarme. Por fin encontramos una ciudad muy interesante a la que ir. Además, de camino a ella pasaríamos por el magnífico Templo de Heracles, perfectamente ilustrado en el libro.

Lo único malo es que para llegar habríamos de ir por una carretera secundaria en cuesta. Pero antes, debíamos volver a dormir a la ciudad.

***



Capítulo tercero:

Mañana siguiente. Como todas las mañanas, me dirigí a mis habituales talleres de Historia en la catedral. La mañana se encontraba en su apogeo, bajo un sol radiante que proporcionaba el calor justo.

El edificio era una joya del gótico, construido con piedras muy claras y limpias. La iluminación era tremenda, debida a alguna apertura al exterior no cubierta por vidrios de colores.

Entré por la puerta que nos correspondía y accedí a nuestro aula. Se trataba de el tramo final de una nave, separado del resto por una simple reja, que abarcaba unos cuantos pupitres y bancos de madera, algunas columnas y la puerta. Tomé asiento bastante adelante.

Inmediatamente entró el profesor habitual. Se trataba de un hombre de mediana edad, pelo moreno y corto y complexión delgada. Aún así, era el mismo desconocido que había intentado matarme.

Nuestras miradas se cruzaron por un momento. La mía, era de miedo y recelo; la suya, de frío y distante odio disimulado. Me prometí no perderlo de vista ni un momento.

Mi actitud precavida me sirvió para evitar un par de situaciones potencialmente peligrosas, en las que pareció intentar acercarse. De todas formas, había demasiados testigos.

Una vez terminada la clase, me quedé paseando bajo los rayos del sol de la plaza, con aire despreocupado. Empero, mi intención era otra: controlarle, darle tiempo para que se alejara arrastrado por las gentes y así salvaguardar la situación de mi casa.

***



Capítulo cuarto:

La tarde. Nos montamos todos en el coche para ir a la ciudad. Primero visitaríamos el templo y luego haríamos noche en algún hotel.

Era ya casi de noche y el cielo estaba pintado de un profundo color azul cuando llegamos a la carretera. A ambos lados había arbustos y algunos árboles ralos y bajitos, todo ello tras un quitamiedos. La carretera comenzaba con una suave pendiente.

Y allí estaba. Él, mochila al hombro, comenzando a subir. A partir de ese momento se me metó el miedo en el cuerpo para no salir. Cada momento era más angustioso, sobre todo al saber que él se acercaba más. Y lo que era peor, alguien podría recogerlo.

***



Capítulo quinto:

Finalmente llegamos al templo. La carretera se acababa súbitamente dando paso a una gigantesca explanada natural de piedra marmórea lisa que le servía de plaza. En ángulo recto, dos inmensas paredes en la misma roca vertical, de más de doscientos metros de alto, ya desgastada por los años en las que se incrustaba el templo. Éste era un gran edificio de mármol entre tallado y taladrado en la montaña.

Como el suelo estaba húmedo y había algunos charcos, el coche patinaba bastante. Al final decidimos dejarlo aparcado fuera de la roca y acceder caminando, lo cual tampoco era fácil. Me aseguré varias veces de que estuviera todo bien cerrado. No quería que aquel psicópata suicida se escondiera en el interior para sorprenderme. No le iba a dar esa tan épica como peliculera oportunidad.

Se entraba a través de un agujero más o menos circular, de bordes redondeados que dejaba ver la abundante y cálida luz interior de bombillas de tungsteno. Era una sala pequeña, con un mostrador y una escalera protegida por una inmensa reja forjada en gótico flamígero.

En ese momento, algo requirió nuestra atención en el exterior. Por el mismo sitio por el que habíamos venido apareció una procesión bastante informal. Parecía un funeral, me había parecido ver un féretro. Quizá vinieran al templo.

Pero apareció algo que me hizo palidecer: una furgoneta blanca, grande, ¡que podría haberlo traído!

Rápidamente tracé el plan de huída, y corrí a ponerlo en práctica.

***



Epílogo:

Una hora después, de camino al instituto, tenía la sensación de haberme pasado toda la noche corriendo. Había dormido bien, pero tenía las piernas como el día después de un gran esfuerzo.

7 comentarios:

Adama dijo...

emmm esto... ¿¿¿¿¿¿¿¿¿??????????

Esto da miedo. ¿Cómo se te ha ocurrido? Porque... es un minicuento ¿verdad? Si no, da más miedo todavía. :)

Davidmh dijo...

Fíjate en el epílogo. Fue un sueño, o más bien una pesadilla.

Adama dijo...

Eso es lo que te crees tú ;)

¿Seguro que no te ha pasado en un universo paralelo?

Valeeee, no había leido bien el epílogo xD

Brais dijo...

Lo leeré, lo juro. Pero no ahora. Tengo que cuidar de mis tortugas radioactivas.

PD: cuando digo que lo leeré, no miento. Yo no miento. Nunca. Sólo cuando miento piadosamente. Pero ahora no estoy mintiendo piadosamente.

Natalia dijo...

Muy bueno el post. Menos mal que he leído bien el epílogo, ya estaba tachando Navia de mi lista de sitios para ir O_o

Davidmh dijo...

Descuida, estábamos de viaje.

Brais dijo...

Un sueño con todo lujo de detalles es como una fotografía digital: sospechoso ^^
(lo he leído hoy, sí)